Subo la cuesta mirando los adoquines. Es una acera ancha, puede que tenga tres metros.
Levanto la vista. Entre los edificios y las copas de los árboles plenos de hojas nuevas, intensas de color y vida, se escurre lentamente el sol, tornándolo todo lila, añadiendo una mezcla de grises y azules a este atardecer de Mayo.
No ha sido dificil aparcar. Y aunque esté algo retirado, me agrada caminar-
Son esas horas raras en las que no encuentra uno con demasiada gente por las calles. Me cruzo con los pocos que salen del gimnasio Metropolitan. La temperatura es fresca, pero el aire que se respira es muy agradable.
Puedo oir los gorriones piando.
Me quedo embobada mirando la pantalla gigante que han colocado en el escaparate de Roca Madrid Gallery. Reproduce escenas cotidianas en el baño, tales como afeitarse, peinarse, lavarse la cara, pintarse, darse crema, jugar con los niños, cosas así, filmadas desde un supuesto espejo que somos nosotros desde la acera. Es genial. Adictivo.
Giro a la izquierda en la siguiente bocacalle. Entro y subo las escaleras de marmol. Está iluminada una bonita imagen de la Virgen. Dos pisos. Habitación 200.
Cruzo la salita y me asomo a la terraza.
Tengo todo el cielo para mi.
Sube hasta aquí el aire fragante que despiden las plantas del jardín de enfrente.
Parece que la luna se derrama.
Han cerrado el portalón de enfrente.
O serán las estrellas que se derriten.
No puedo ver ninguna luz tras las ventanas del convento.
Me quedo ensimismada contemplando la belleza de la noche. Sumida en pensamientos contradictorios. Comprobando que en todas las situaciones de la vida, por tristes o complicadas que sean, podemos encontrar un pedacito de cielo que admirar y en el que refugiarnos, que nos alivie, que nos de esperanza e ilusión.
Han cesado de cantar los pájaros.
Casi no pasan coches. Todo se realentiza. Dentro duerme la realidad, aquí fuera renace un mundo irreal, idílico, soñado, idealizado, bello e inexistente, pero tan poderósamente dulce que atrapa. Gasta tanta voluntad intentar resistirse a sus encantos, que dan ganas de rendirse y enloquecer. Trastornarse por haber consumido hasta la última gota de sentido común. Dejarse llevar hasta que algún bienintencionado y desalmado cuerdo te rescate.
Giro sobre mis talones. Mis piernas se dirigen al interior de la habitación. Cierro la puerta de la tentadora irrealidad y camino entre mis verdades, entre lo que veo y toco.
Me meto en la cama.
Quizás pueda dormir, y Morfeo me lleve donde ni yo misma me dejo soñar.
Mientras yo toco las estrellas, otros son dueños de sus pensamientos.
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