Últimamente viene siendo habitual, que aparezcan en mis manos, libros de los que no tenía conocimiento y que incluso ignoraba que dormitaban en mis estanterías. Hará casi dos semanas fué un libro sorprendentemente bello y triste, que me sedujo desde su portada, que leí en unas horas, y que ahora recuerdo suave y agradablemente.
Hoy, es un cuento. Un cuento para niños y adultos. Escrito por José Saramago, y titulado "La flor más grande del mundo". Editado por Alfaguara en el 2001,con ilustraciones de Joao Caetano, y que desde entonces se escondía entre decenas de cuentos de princesas, en el dormitorio de mi hija.
El porqué, hasta ahora no había tenido la oportunidad de formar parte de las lecturas nocturnas de mis hijos, y haber podido formar parte de la intrincada y colorida algarabía de sus sueños infantiles, puede haber sido motivada por sus ilustraciones: preciosas, cuidadas, delicadas, ocres, rojizas, cálidas, adultas; y tan alejadas de las habituales que aparecen en Kika superbruja, Judy Moody, Gerónimo Stilton, y tantos otros. En ellas aparece un abuelito acodado en un escritorio, pensativo, con un vaso lleno de agua, una lámpara de pie a su izquierda y una persiana de madera tras el. Le vemos soteniendo su pluma y unos folios en blanco, y al final un hombre sonriendo satisfecho con el vaso ya vacio y su mirada dirigida hacia una lámpara-flor grande y bella, en lo alto de una colina lejana...
Ante la insistencia de mi hija, me he dicho: ¡adelante, prueba, porqué no va a gustarle!¿porqué hemos de dar a los niños lo de siempre?. Si le ha llamado la atención, por algo será.
Así que mágicamente, el recelo inicial se ha ido convertiendo en una clara, decidida, y apasionada entrega a la lectura de este deliciosa historia.
Trata de un escritor que siempre ha querido escribir cuentos para niños, pero que nunca se ha atrevido por no tener, entre otras cosas, paciencia para ello. Con lo que nos hace un resumen, dice el, incluyendo la consabida moraleja, e invitando a los ávidos lectores infantiles a que lo expliquen ellos mismos y con sus propias palabras.
Por mostrar parte, destacaré dos páginas:
"Nada más empezar la primera página,
sale el niño por el fondo del huerto
y, de árbol en árbol, como un jilguero,
baja hasta el río y luego sigue su curso,
entretenido en aquel perezoso juego
que el tiempo alto, ancho y profundo
de la infancia a todos nos ha permitido.
"Baja el niño la montaña,
Atraviesa el mundo todo,
Llega al gran río Nilo,
En el hueco de las manos recoge
Cuanta agua le cabía
Vuelve a atravesar el mundo
Por la pendiente se arrastra,
Tres gotas que llegaron,
Se las bebió la flor sedienta.
Cien mil viajes a la Luna,
La sangre en los pies descalzos,
Pero la flor erguida
Ya daba perfume al aire,
Y como si fuese un roble
Ponía sombra en el suelo."
Termina así: "¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mucho más bonita?..."
Me ha agradado comprobar, que aún siendo una preciosa historia narrada de una manera tan bonita y visual, lo que más le gustó a mi hija y repitió hasta la saciedad, fué que se trataba de un señor que escribía, que escribía, que escribía un cuento...
¡Bienvenidos al mundo Saramago!
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