¡Mola, mola, mola!
Si. Si. ¡Qué ya se! ¡No tienen que recordarme que tengo cuarenta y dos años!
Lo que no saben, es que esta pasada Nochebuena, me mordió en el cuello un reno vampiro (tan de moda últimamente), y me ha contagiado el espíritu de los niños.
Así que una vez hecha la confesión, toca entrar en materia. Primero decir, que no pensé que pudiera ser de mi agrado esta peli, más allá de pasar un rato agradable con mis hijos. Pero me sorprendió y me gustó la fotografía, la música, la iluminación, la historia simple...Y, ¡cómo no, Lobezno!, alias Hugh Jackman (...la mordedura del reno vampiro no implica necesariamente, que me haya quedado tonta y lela...)
Durante la proyección miraba las caritas alucinadas de mis hijos, y me descubría a mi misma, apretando los puños, (¡en qué hora me han crecido las uñas!), contrayendo todos los músculos que una tiene, sin moverme de la butaca. Disfrutando como ellos.
Me han encantado los bailes que se marcaban el robot y el niño. Me he reido con ellos imaginando y recordando.
Tendría que contar en este momento otro secretillo, y es que, hace ya algún tiempo que descubrí que una de las cosas que más me gustan, es dar puñetazos y patadas. (Deportivamente hablando, claro) ¡Qué se le va a hacer! ¡Una vez me picó una mosca, y me quedé así!
El trasfondo simple del argumento es feo. La historia de Charlie es fea, dolorosa, su mundo oscuro, y él, roto, perdido, viejo, sin solución, sin raices, sin pasado ni futuro, con traumas, neuras, dolor y mucha superficialidad. Realmente es para vomitar sobre ese juguete roto, sólo que como es una peli para niños, y es Navidad, te acaba haciendo gracia.
Aunque también tiene otra cara, la de la aceptación, que no resignación. La aceptación de la realidad tal cual es, la aceptación de las reglas del juego, la aceptación de las circunstancias actuales, la aceptación de las personas como son, la aceptación de sus deseos y sus necesidades. Amar sin poner condiciones, asumiendo el dolor que conlleva. En la distancia, en el olvido, en el rechazo, en el descubrimiento sorprendente y en el encuentro paulatino. Amar sin tener.
En resumen: ¡Lo pasamos bien!
Y al encenderse las luces de la sala y mirar hacia el suelo para no tropezar, ¡oh, sorpresa! ¡llevaba puestas las botas de boxeo marrones con el forro naranja! ¡Qué coincidencia!
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