Se me cruzan pensamientos insistentes músicas. Vencida, los dejo pasar. No entiendo el porqué del momento, y me distraen de mis deliciosos instantes de tranquilidad. De repente recuerdo que debo intentar no querer saber todo, no querer controlar la vida, las cosas pasan sin que podamos o debamos tener el control de ellas.
Me sigue asustando no sentir el suelo firme bajo mis pies. Me desagrada que cuando algo tiembla levemente no encuentre la manera de darle la sujeción que necesito, o el motivo que lo suscitó, qué decir de encontrar la solución.
Me hallaba revolviendo entre mis creencias y mis ideas preconcebidas de todo lo habido y por haber, diciéndome a mi misma que tal vez sea el momento de intentar caminar los dias, como si lo hiciera sobre un film transparente de cocina estirado por sus cuatro puntas. Pasear la vida como si fuera un castillo hinchable infantil, escurrirte, saltar sin ton ni son, rebotar en sus paredes, subir por una escalera que se hunde a cada paso para caer por la lengua riendo sofocada, escurrirte por los surcos y caerte de culo.
Cuando sonó el teléfono fijo. Me lo pasan. Para mi sorpresa no era ningún vendedor. Su voz grave y seria contrasta con las cálidas palabras que pronuncia. En un principio no la conozco y busco con rapidez en el archivo de mi memoria de voces y nombres, pero no doy con la solución. Mientras sigo la amable conversación, se ve que no con mucho acierto puesto que acaba por preguntarme si sé quién es. Confieso avergonzada mi torpeza. Completamente sorprendida y agradecida retomo, ahora sí, la verdadera conversación.
Nunca pensé que me apreciara tanto como para pasar ni un minuto por su cabeza, para que formara parte de las personas a las que decidiera felicitar las fiestas personalmente por teléfono, ni por contestador, ni movil, ni sms, ni whatsapp. Decidir marcar un número, que ni siquiera sabía que tenía, y llamar para desear lo mejor. Una mujer cultísima, discreta, callada, prudente, abuela ya, pero muy activa. Forma parte de ese grupo de mujeres que frecuento para alimentar mi espíritu y mi necesidad de conocimiento, y que me dan mucho más que eso. Son mujeres ejemplares, generosas, educadas, sabias, llenas de amor y optimismo, valientes y pacientes. Sentarme entre ellas a escucharlas es un inmenso deleite. Hasta de la conversación más vanal junto a ellas, disfruto.
Por eso hoy rescato esta llamada tan cercana y sincera. Porque es Nochebuena. Y aunque parezca una banalidad, algo estandarizado, una forma de quedar bien, una pose, o directamente una falsedad, no siempre es asi, no todo el mundo es así, no todas las felicitaciones son vacias y absurdas. Hay quien se acuerda de los demás, y no hace un chiste para decirlo, ni una virguería de felicitación, simplemente te lo dice mirándote a los ojos, o descuelga el teléfono y lo pronuncia en voz alta. Con palabras fáciles,naturales, las que le salen, las que valen. No hacen falta muchas.
No hace falta mucho para decir lo que te aprecian.
No hace falta mucho para demostrar que se acuerdan de ti.
No hace falta mucho para querer.
Los gestos más espontáneos son los más bonitos.
Las palabras más sencillas son las que más llegan.
Es curioso que nos sorprenda gratamente esas llamadas, esos mensajes de personas que no esperábamos, debería ser lo normal. Deberíamos estar acostumbrados a recibir expresiones de amor y generosidad, ¿no creen? ¡vaya mundo este!
Por eso gracias. Yo también te quiero.
Igualmente cariño, para ti y los tuyos.
No me lo esperaba.
Igualmente para ti tambien.
Siempre.
Con una tostada de pan con tomate y aceite.
¡FELIZ NAVIDAD!
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