Me volvió a ganar.
Me gano la vida.
Como siempre pasa.
Me alcanzó el añochecer.
Y cruzó la meta sin siquiera mirar.
Caminaban mis pensamientos al atardecer del otoño.
Caminaban como siempre ensimismados.
Observaban mis ojos el suave cambio de luz.
Y lo creyeron eterno.
Jugaron a retozar en el tiempo sin inquietarse por su paso.
Como los niños.
Exprimiendo el aire.
Dejándose llevar por esa infancia recordada, los párpados cayeron suavemente y arroparon a esa imagen cuidadosamente.
Siguió la mente su baile incesante, llevando y trayendo los deseos, los sueños; llevando y jugando con las ideas y las personas.
Remoloneaban los pensamientos en los lagos cristalinos de las miradas eternas. Descansaban en las sonrisas con dueño.
Y así, en un dulce vaivén, una ligera brisa me avisó de algo.
Abrí los ojos en un cálido y lento parpadeo.
Era de noche.
Se apagó el cielo.
El tiempo encendió las luces.
Me volvió a ganar la carrera el tiempo.
Asoma la luna.
Tímidamente me tienta.
Podría cerrar los ojos y así, sin sentir, como en una exalación llegar al amanecer.
Pero esta vez no.
Y ahora qué.
Ahora espero.
Espero al alba.
Espero mirando la luna.
Sintiendo que pasa.
Que pasa la noche despacio.
Y pido que tu mirada no cese.
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