Nos vestimos como si fuésemos al Polo Norte, es decir miles de capas en previsión de todas las temperaturas a las que nos vamos a enfrentar, a saber, el tremendo frio esperando al tren a la intemperie, y caminando por la calle a la búsqueda del Belén, y el calor sofocante del interior del tren, de los bares, restaurantes y cafeterías a los que tendremos que entrar para descansar, comer o merendar.
Nos dirigimos alegremente a la estación. No llevamos cincuenta metros y comienza a llover. No sé, no sé. Tal vez sea agua nieve. ¡Vaya por Dios! ¡la única que no lleva capucha soy yo!. Llevamos de todo, pero ni un mísero paraguas. ¡Da igual, la lluvia no hace daño a nadie!. Buscamos la máquina expendedora de billetes. Tres billetes ida y vuelta quince euros. ¡Si!, lo pongo en número para verlo mejor:¡¡15 euros!!
A esto se le llama promocionar el transporte público. ¡Ole y ole!
Resulta que el parking de Recoletos nos ha costado todo el día diez euros, ¡¡10 euros!!
Tras la experiencia de visitar la estación de tren, volvemos a casa para coger un paraguas, y por supuesto el coche.
Aparcamos. Caminamos por el Paseo del Prado hasta la Glorieta de Atocha. Objetivo: "El Brillante". Ya es medio día y nos espera un riquísimo consomé calentito, y por supuesto el famoso bocata de calamares, que ahora como todo se ha modernizado lo llaman "bagette", eso sí a grito pelado claro.
Mientras acompaño mi suculenta comida con vermouth de grifo, reparo en los comensales que tengo a mi izquierda en la barra de cinc, son orientales, tal vez coreanos, no sé, quizás japoneses porque son muy modernos. La chica parece muy dulce, el "fumanchú". Me miran. Son muy simpáticos. Alucinan con los "peazo bocatas". Les digo que están que te mueres de ricos. Bueno alucinan con todo. Claro que mis hijos alucinan más que ellos. ¡Esto si que es inmersión en la cultura del pais! Todos los camareros son españoles, hombres, uniformados y de una media de edad de más de cincuenta y cinco años, gritando las comandas hasta desgañitarse. Los abuelitos te pegan codazos sin disimulo alguno para hacerse hueco en la barra. Y o les dejas, o acaba el consomé como estampado de tu ropa.
El asqueroso momentazo del baño se lo omitiré porque les quiero bien, y no pretendo arruinarles la lectura.
Según subo por la calle Atocha, voy narrándoles a mis hijos mis aventuras de la infancia, las tiendas que ya no están, sustituidas por Kebabs, tiendas de tatoos, de chinos, o simplemente tapiadas. Creo que les importa un pito lo que les cuento.
Llegamos a la Plaza Mayor, y comienza una marabunta que no acabará ya, hasta que volvamos a coger el coche.
He de reconocer que el centro está mucho más bonito ahora que cuando yo vivía. Las aceras son más anchas, hay muchos más hoteles, se han remodelado muchos edificios bonitos, han puesto terracitas muy monas en todas partes, y como somos muy europeos, desde fuera, con el aspecto nuevo de los puestos parecería que estuviéramos en un mercadillo navideño de centroeuropa.
Pero para deshacer el encanto, presenciamos varios altercados entre la gentuza de los puestos y la gentuza de los finos y amables compradores de la España profunda. ¡Qué susto, pensaba que nos habíamos modernizado!
Hartitos estaban los crios de tanto espectáculo de titiriteros al aire libre, y de soplagaitas (por decirlo fino) tirándote bombetas a la cara y a los pies, en un idioma que no sabría definir (se que queda muy poco políticamente correcto, pero me la pela), ¡de verdad, quedaba grotesco!, tánto que he echado de menos a los gitanillos que te engañaban en el precio con las bengalas, ¡benditas bengalas!.
Salimos huyendo como podemos, hacia cualquier parte, da igual.
Recuerdo que queríamos ver la casa del Ratón Perez, pero no recordaba el portal, y sabía que desde la calle no se veía. Como soy de la vieja escuela, en vez de sacar el teléfono y buscarlo en google, pregunté a un policía municipal...¡y gracias al cielo!...¡qué gran idea!...De veras, que no lo hice aposta. Pero Dios me compensó por tan malos ratos, y ante mi apareció un angel, ¡que digo un ángel!...¡un pedazo de tio bueno!...para las seguidoras de Grey, este se ha metido a policia municipal de Madrid, ¡no busquéis más, que sí, que está en la calle Mayor!...¡Y además es amabilísimo y sabe donde está la casita del Ratoncito Pérez!...¡enternecedor!...se me cae la babilla, me temblequean las piernas, y llevo una sonrisilla de lo más tonta en la cara. ¡Esto si que hace bien al turismo!...¡si, también sabía inglés, que le oí!
Como no podía ser de otra manera, llegamos a nuestra cita en el número ocho de la calle Arenal, subimos al primer piso, y por supuesto, están agotadas las entradas por hoy. No, no se pueden comprar por internet. Nos vamos.
Bajamos las escaleras dispuestos a salir a la calle, cuando me llamó la atención un insignificante cartelito en el escaparate de algo parecido a una peluquería india. Me da el repenterre. Yo lo pruebo. He de decirles que la diferencia ha sido abismal. ¡Odiosas pinzas, qué dolor! Si. Aproveché a depilarmes las cejas con hilo. Una gozada. Y además mis hijos se pudieron sentar cinco minutos. Cronometrados.
Toda contenta, y con los párpados rosados, nos dispusimos a internarnos en la Puerta del Sol, la calle Preciados, Callao, la Gran Via, y ya en la calle Alcalá acabamos entrando en una tienda de souvernirs, si, me están leyendo bien, para comprar una pulserita de España.
Después de aproximadamente cinco horas y media sin sentarnos, exceptuando los minutos de gloria en la pelu, llegamos por fin al coche.
Fin del dia.
Y como somos muy europeos y muy finos, en vez de poner un villancico de los de toda la vida, y ya que se acerca el dia de año nuevo, he decidido amenizarles con la famosísima "Radetzky March" de la mano de André Rieu, con patinadores sobre hielo, palmas, globos, trajes de Sissí, y todo lo demás.
¡Qué lo disfruten!