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jueves, 18 de abril de 2013

Cartas a Julieta

Querida Amelia:

   Siento haber tardado tanto en contestarte. Debes pensar que soy una desagradecida...No...Sé que no piensas eso de mi...Pero me siento en deuda contigo.
   Recibí un aviso de Correos notificándome la llegada de un paquete a la oficina postal, enseguida supuse que era tuyo. Debí bajar corriendo a recogerlo, pero lleva nevando toda la semana, y ya conoces mi pavor a conducir en esas condiciones. Sé que debería superarlo, o incluso apuntarme a una escuela para adquirir destreza...¡pero me da tanta pereza!...Todavía espero salir pronto de aquí, y regresar...Regresar...   Parece como si te estuviera escuchando: "No se puede volver al pasado, el pasado, pasado está, allí a donde pretendes volver no están los que tu dejaste, porque todo el mundo cambia, los lugares cambian y ya no son los que eran, te decepcionarían. Acepta lo que tienes, disfruta lo que te rodea".
   Y de veras que lo intento, querida amiga, lo intento. ¡Pero es tan duro! Abro la ventana cada mañana en busca de aire. Del aire que a mí me alimenta. Y miro al cielo, buscando el mismo cielo. Me choco de bruces con el horizonte infinito...infinito y vertical...Añoro la linea horizontal del mar...Sentada en las rocas del acantilado ensimismada con en vaivén de las olas chocando, escuchando el runrún incesante del agua. Su silueta azul. No hace tanto tiempo de aquello, y a la vez hace una eternidad...¡Qué relativo es todo!
   He de reconocer, que cuando cesa de nevar y sale el sol, el paisaje es precioso. La ausencia de ruido hace que se pueda oir la nieve, eso casi imperceptible...el hielo derritiéndose con el calor del medio día, las gotitas cayendo de las hojas de los árboles, y de las cornisas de la casa, porque ya es primavera, aunque aquí no se note todavía, aunque tarde aún en llegar a este recóndito lugar muchas semanas más.
   Superando mi aversión a pedir favores, (ya sabes lo rarita que soy para esas cosas, no me gusta deber nada a nadie, y demostrar que soy capaz de hacer todo por mi misma, a ti puedo contártelo) encontré a alguien dispuesto a arriesgarse a bajarme por esos caminos infernales, y recoger tu envio.
   De vuelta a casa por los mismos medios, sentada en el asiento de atrás, apretaba con fuerza tu paquete. No lo despegaba del pecho. Ansiaba llegar para poder abrirlo. No por lo que contuviera, ya lo sabes, sino porque me trae noticias tuyas, de tu vida, de la vida. De lo que pasa fuera de aquí.
   ¡Me alegro tanto por ti!...Sigue contándome cosas de tu reciente viaje a Londres, ¡me traen tantos recuerdos!...Gracias por el té. Sabía que acertarías. No he podido esperar ni un minuto para hacerme una humeante taza a tu salud.
   Saluda de mi parte a tus anfitriones si les llamaras, ¡fueron tan atentos con nosotras! y dales la enhorabuena por tan merecido premio, era de suponer que ganarían pues tienen las más bellas rosas de toda Inglaterra. ¡No podía ser de otra manera!...Cuando paseábamos por entre las flores, era como estar en un cuento o en un fragante sueño.
    Y otra cosa que no tiene nada que ver. ¡Deja ya, y de una vez por todas de compararte y medirte con tu familia! Se que no puedes dejar de formar parte de ella, y que tu estás profundamente orgullosa de ellos, pero tú no eres ellos. No es que valgas más o menos, es que eres otra persona, eres independiente. Lo que tu alcances o no, forma parte de tu vida, no de la de los demás. Sabes que los aprecio mucho y de hecho presumo de conocerlos, pero no quita para que yo te diga lo que verdaderamente siento.

   P.D. ¡Qué cosas las del correo! ¿verdad? ¡llegar tu paquete casi quince días despúes de tu regreso de Londres!



                                                                        
                                                                                           



                                                                                                                                                 pag. 3

viernes, 29 de marzo de 2013

Cartas a Julieta.

   Querida Amelia:
 
   Te vi regresar.
   No se porqué digo regresar. Quizás ibas, partías, salías.
   Pero sé que no.
   Volvías.
   Tus pasos, uno tras otro, pisaban con indecisión los adoquines de la calle. Caminaban tus piernas por la acera solitaria de una bocacalle de sutantivo impropio, nombre común. Sin determinantes. Sólo tú.
   Tus andares solos.
   La lluvia fina hacía brillantes los colores de un escenario insulso. Esa humedad incómoda, que para otros da la vida, únicamente te moja, cala tu soledad, empapa tu tristeza.
   Esas ondas doradas de otros días alegres y con esperanza, llenos de un futuro cierto y seguro, se pudrieron, se agrietaron, se tornaron opacas, apagadas, y tu sonrisa franca, ligera, casi altiva por la sensación de eternidad, (¡qué engaño,!¿verdad?), se borró. Y tu mirada curiosa, infatigable, chispeante, huyó hacia otros lugares, más oscuros, más densos.
   Girabas a derecha por la avenida.
   Podrías ser cualquiera. Cualquiera de los seres que vagan. Sí que vagan. Porque no se podría decir vivir. Siguen tus pies, haciendo lo que saben, enfundados en botas de invierno porque la temprana primavera que ha comenzado sigue disfrazada de húmedo y frio invierno. Te llevan a casa, o a donde todo empieza y termina, donde sigues presa de tu pasado, de ese pretérito feliz que desearías se hiciera presente, o tal vez ya no pudieras hacer ideal lo que has constatado que no lo es, lo que te ha decepcionado por querer ser distinto a tus deseos, a tus espectativas, a ti.
   Querida Amelia yo sé que no, sé que no eres cualquiera. Nadie lo es. Todos somos especiales.
   Eres capaz de seguir con tu rutina cada día sin que se trasluzca un ápice de tu inmensa tristeza. Lo llevas con una gran dignidad.
   Yo si te veo como lo que eres, una gran mujer.
   Y vuelves. Si.
   Parecerías abatida, y supongo que así es como te sientes.
   Pero quiero decirte una cosa: dejas una estela fresca, de empuje, de no rendirte, de esa fuerza que no ha muerto dentro de ti.
   Yo no sabía al pasar en el coche, que te iba a ver de refilón, ni siquiera se podría decir que te ví. Te sentí. Sentí tu rabia contenida, sentí esa energía que tu misma crees perdida, percibí la intensidad de tu coraje, tu determinación y joven osadía. Todo eso caminaba trás de ti, pegados a la suela de tus zapatos, esos que te dirigían autónomos donde siempre te escondes.
   Amelia querida, intuyo que no te apetece saber que posees aún esa diminuta e intensa llamita incandescente. Eso que arde aunque no quieras. Eso que te recuerda lo que tu eres de verdad, no lo que te empeñas en ser a través de otros, lo que te obsesionas con vivir en el espejo inventado de lo que esperas de los demás.
   Dirás amiga, que quién soy yo para pasar tan blandamente sobre el pedernal que te aplasta. Pero no quiero que te olvides de todo lo bueno que posees. Entiendo que en este momento sólo quieres lamerte tus heridas, no pretendes más que bañarte en el líquido manso de las lágrimas. Sé que esa luz que permanece muy dentro de tí, es verdadera, no es inventada, y me cuesta creer que sólo yo la vea.
   Tú la desdeñas, pero no la ignoras.
   Llego a pensar que no quieres mostrarla, tal vez porque lo que rodea no te parezca meritorio, o por los que tu crees intentos vanos y estériles de cambiar el mundo, de apostar por algo mejor. Por no poder soportar otra frustración vital más. Has conocido mucho, has visto partes oscuras de este mundo, eso me dejaste entrever, y yo intuyo que proteges esa parte tuya, noble y pura.
   Me siento dichosa.
   Soy afortunada por poder ver eso mágico. Me da igual que lo escondas, o que otros lo nieguen.
   Gracias por ser como eres.

Tu amiga, Julieta.
                                                                                                                                                                  pag. 2

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cartas a Julieta

   Querida Amelia:
   Al recibir tu carta y leerla como siempre con profundo cariño y atención, me quedé pensativa, ensimismada...preocupada...sí, esa es la expresión correcta.
   Desde que nos conocemos he hecho de tus cuitas las mías, has compartido conmigo tus anhelos, tus decepciones, tus inseguridades y tus logros. He vivido intensamente cada una de tus emociones, y ha llegado el día de hoy en que creo conocerte...¡bueno, conocerte!...¡qué más quisiera yo, si no soy capaz ni de conocerme en profundidad a mi misma!...¡Tantas veces hemos hablado de estos temas!, ¿verdad?...¡cuántas tardes hablando de lo humano y lo divino!...¡para llegar a la conclusión de que no sabemos nada de nada, ni de nadie, y menos que todo de nosotros en particular!...¡y nos echábamos a reir como las niñas en el patio del colegio!
   Digamos que aunque sólo sea por la atención que te he prestado, he llegado a acumular más informacion sobre tí, que sobre mi misma. Y sí, debo decirte aunque me duela, que te noto mal. Te noto triste.
   Tú que eres la alegría personificada. Que no paras de reir y bailar a todas horas, que hablas por los codos, que eres el centro de las reuniones, que iluminas el alma de los más grises, que tienes siempre palabras amables y subes el ánimo de los que se te pegan... ¿porque te has dado cuenta, verdad?...¡cuántas personas van acercándose a tí para...(no se muy bien que poner aquí, porque ciértamente no conozco las intenciones de los que a tí van),..., pero sí sé que eres un imán para ellos. También de esto hemos conversado a menudo....de que hay gente que tiene la capacidad de descubrir entre un grupo, a aquellas que les resultan interesantes y se adosan casi literalmente a ellas, siempre presuponíamos que era para sacar algo provechoso del asunto. Valorábamos la facilidad pasmosa para elegir a la víctima, y la naturalidad con la que se tejía esa red pegajosa. Llegamos a la conclusión de que no podía ser un entrenamiento basado en la reiteración, sino que era la forma de vida y de relación que establecía con su entorno. Rémoras les llamábamos.
   Pero a lo que iba, no te siento igual que siempre. ¡Tu me dirás que estás bien, pero yo sé que no!...¿Te acuerdas de la vez aquella que propusimos contestar la verdad a las preguntas que nos hicieran sobre nuestros sentimientos, sobre cómo nos sentíamos?...¡no parecía tan dificil, ¿verdad?!, al fin y al cabo, la condición no era decir siempre la verdad, que en muchos casos sería una inconveniencia, no pedíamos decir la verdad en nuestras opiniones, o a preguntas de otros temas..¡sólo en lo tocante a los propios sentimientos y estados de ánimo!...¡y qué complicado! no duramos ni un asalto. Éramos incapaces de contestar con sinceridad a una pregunta tan simple y tan frecuente como: ¿qué tal?...¡nos echábamos las manos a la cabeza!...¿realmente hay que contestar con franqueza a esa cuestión?...¡Si, son nuestras propias normas, y hay que cumplirlas, total es únicamente por un día!...Vale, de acuerdo...¿pero de qué le sirve saber al vecino del quinto que tengo ardor de estómago, o que me he peleado con mi hermana, o que voy al examen sin haber estudiado y me muero de los nervios...?  ¡para qué sino están las frases hechas, si no es para salir de esos atolladeros verbales! no se, no le veo el sentido ni la gracia.
   Claro, que mucho peor era si te lo preguntaban de verdad y a propósito....¡que no, que ahora no me viene bien desahogarme, que no me apetece, que me da corte, que a este qué le importa, que total ahora que parece que ya estoy mejor, que ¡ay Dios mío me han pillado, ¿se me notará tanto?!, y por donde empiezo, y que le digo!... y así miles de excusas.
   Y me estoy dando cuenta de que estoy haciendo lo mismo contigo.
   Parece que te estoy atosigando.
   ¿Sabes que te digo? que no hace falta que me contestes. Que soy una metomentodo, y que si tuvieras un problema ya me lo hubieras contado. Seguro que son figuraciones mías. ¡De puro aburrimiento!..Tanto campo, tanto campo! ¡Abro la ventana, y sólo veo vacas!...¿Te lo puedes creer?...¡Cuánto echo de menos las avenidas llenas de tiendas, los cines, los teatros, las aceras repletas de gente...!
    Voy a dejar aquí estas notas, me estoy poniendo nostágica.
   Disfruta de tu estancia en Londres, ¡no creas que lo había olvidado!
   Si volvieras a pasar por aquella tienda tan coqueta que visitamos juntas, me atrevería a encargarte un paquete de aquel delicioso te que probamos...¡por estos andurriales no suelen abundar las tiendas de delicatessen!
   Gracias anticipadas.
  
   Afectuosamente,
   Julieta




                                                                                                                                                                     pag. 1