Al recibir tu carta y leerla como siempre con profundo cariño y atención, me quedé pensativa, ensimismada...preocupada...sí, esa es la expresión correcta.
Desde que nos conocemos he hecho de tus cuitas las mías, has compartido conmigo tus anhelos, tus decepciones, tus inseguridades y tus logros. He vivido intensamente cada una de tus emociones, y ha llegado el día de hoy en que creo conocerte...¡bueno, conocerte!...¡qué más quisiera yo, si no soy capaz ni de conocerme en profundidad a mi misma!...¡Tantas veces hemos hablado de estos temas!, ¿verdad?...¡cuántas tardes hablando de lo humano y lo divino!...¡para llegar a la conclusión de que no sabemos nada de nada, ni de nadie, y menos que todo de nosotros en particular!...¡y nos echábamos a reir como las niñas en el patio del colegio!
Digamos que aunque sólo sea por la atención que te he prestado, he llegado a acumular más informacion sobre tí, que sobre mi misma. Y sí, debo decirte aunque me duela, que te noto mal. Te noto triste.
Tú que eres la alegría personificada. Que no paras de reir y bailar a todas horas, que hablas por los codos, que eres el centro de las reuniones, que iluminas el alma de los más grises, que tienes siempre palabras amables y subes el ánimo de los que se te pegan... ¿porque te has dado cuenta, verdad?...¡cuántas personas van acercándose a tí para...(no se muy bien que poner aquí, porque ciértamente no conozco las intenciones de los que a tí van),..., pero sí sé que eres un imán para ellos. También de esto hemos conversado a menudo....de que hay gente que tiene la capacidad de descubrir entre un grupo, a aquellas que les resultan interesantes y se adosan casi literalmente a ellas, siempre presuponíamos que era para sacar algo provechoso del asunto. Valorábamos la facilidad pasmosa para elegir a la víctima, y la naturalidad con la que se tejía esa red pegajosa. Llegamos a la conclusión de que no podía ser un entrenamiento basado en la reiteración, sino que era la forma de vida y de relación que establecía con su entorno. Rémoras les llamábamos.
Pero a lo que iba, no te siento igual que siempre. ¡Tu me dirás que estás bien, pero yo sé que no!...¿Te acuerdas de la vez aquella que propusimos contestar la verdad a las preguntas que nos hicieran sobre nuestros sentimientos, sobre cómo nos sentíamos?...¡no parecía tan dificil, ¿verdad?!, al fin y al cabo, la condición no era decir siempre la verdad, que en muchos casos sería una inconveniencia, no pedíamos decir la verdad en nuestras opiniones, o a preguntas de otros temas..¡sólo en lo tocante a los propios sentimientos y estados de ánimo!...¡y qué complicado! no duramos ni un asalto. Éramos incapaces de contestar con sinceridad a una pregunta tan simple y tan frecuente como: ¿qué tal?...¡nos echábamos las manos a la cabeza!...¿realmente hay que contestar con franqueza a esa cuestión?...¡Si, son nuestras propias normas, y hay que cumplirlas, total es únicamente por un día!...Vale, de acuerdo...¿pero de qué le sirve saber al vecino del quinto que tengo ardor de estómago, o que me he peleado con mi hermana, o que voy al examen sin haber estudiado y me muero de los nervios...? ¡para qué sino están las frases hechas, si no es para salir de esos atolladeros verbales! no se, no le veo el sentido ni la gracia.
Claro, que mucho peor era si te lo preguntaban de verdad y a propósito....¡que no, que ahora no me viene bien desahogarme, que no me apetece, que me da corte, que a este qué le importa, que total ahora que parece que ya estoy mejor, que ¡ay Dios mío me han pillado, ¿se me notará tanto?!, y por donde empiezo, y que le digo!... y así miles de excusas.
Y me estoy dando cuenta de que estoy haciendo lo mismo contigo.
Parece que te estoy atosigando.
¿Sabes que te digo? que no hace falta que me contestes. Que soy una metomentodo, y que si tuvieras un problema ya me lo hubieras contado. Seguro que son figuraciones mías. ¡De puro aburrimiento!..Tanto campo, tanto campo! ¡Abro la ventana, y sólo veo vacas!...¿Te lo puedes creer?...¡Cuánto echo de menos las avenidas llenas de tiendas, los cines, los teatros, las aceras repletas de gente...!
Voy a dejar aquí estas notas, me estoy poniendo nostágica.
Disfruta de tu estancia en Londres, ¡no creas que lo había olvidado!
Si volvieras a pasar por aquella tienda tan coqueta que visitamos juntas, me atrevería a encargarte un paquete de aquel delicioso te que probamos...¡por estos andurriales no suelen abundar las tiendas de delicatessen!
Gracias anticipadas.
Afectuosamente,
Julieta
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