sábado, 23 de julio de 2011

Perdonar es necesario. Perdonarse también.

   Sana tus heridas si quieres avanzar.
   Curarse y perdonarse. Curar y perdonar a quien lo tengas que hacer, a quien necesites.
   Podría ocurrir, que en un principio no encontrases a nadie en tu entorno presente o pasado, al que perdonar. O que te sintieras indigno de hacerlo, o que pensaras que quién eres tú para perdonar a nadie.      Habitualmente, quien más te cuesta reconocer que has de perdonar, es a quien más lo necesitas hacer, y quien más y profundo te infringió el dolor. Pero cuando meditas la idea, rebuscas en tu interior alguien acaba apareciendo ante ti. Mirandote. Haciéndote sentir lo mismo. Es humano sentir temor. A nadie le gusta revivir los malos momentos, pero aguanta.
Se valiente.
Lo tienes frente a tu corazón haciéndote temblar, haciéndote pasar por lo mismo.
Duélete.
No te permitas salir huyendo. Enfréntate a ello.
Si es duro, es duro.
Si te hace llorar, llora.
Pásalo.
Vive tu dolor. No lo escondas más.
Limpia la herida antes de ponerle la tirita.
   Hay que pasar la página cuando está todo leído y comprendido, cuando lo hemos madurado y no nos hemos saltado ni una coma.
   Una vez revivido y examinado lo que nos produjo dolor, hay que saber que quizás ese alguien lo hizo como supo o como pudo en ese momento, con sus miedos, sus dudas, sus herencias, las creencias incrustadas en los genes, con sus razones, equivocadas o no, sus costumbres, sus habilidades. su entorno, sus conocimientos y presiones de aquel entonces.
   Que quizás en otras circunstancias y otros momentos, su actitud o sus consecuencias serían otras. Pero fueron las que fueron. Y eso ya no se puede cambiar. Lo que si se puede modificar es lo que te hace sentir ahora.

   Así que una vez aceptado: perdonar. Pero no decirlo, sino sentirlo en nuestro corazón. Perdonar por el dolor tan grande que nos hicieron, o por eso que aparentemente parecía una tontería pero que te hirió, por el dolor tan grande que todavía queda. Sentir que los liberas, que te liberas con ese perdón. Que tu alma ya se siente ligera, que ya no te pesan los que te hicieron daño. Y sentirás la paz y el descanso que produce no guardar rencor.
Deja marchar la ira.
Ve cerrando puertas.
No tengas prisa.
El tiempo no existe.
Tómate el que precises.
No te mientas, no te engañes de nuevo.
Ve paso a paso.
Enfréntate a ello en soledad, contigo mismo.

   Y perdónate también a tí mismo. Por hacer lo que hiciste y por lo que no hiciste, porque ocurrió como te dejaron las circunstancias, con tus presiones, tus ideas preconcebidas o heredadas, como supiste, como entendiste, con tus herramientas, tus experiencias, tus miedos. Y eso ya fué. Ya pasó. Ya no existe. Sólo debes cerrar esa puerta cuando te hayas curado y perdonado de veras.

Siéntete bien por como eres ahora.
Lo que eres ahora es fruto de todo lo que fuiste.
Lo que vale, lo que importa eres tu y "tu ahora". Lo que descubres cuando te miras al espejo. Lo que ven los demás cuando se asoman a tu mirada.
Siéntete bien porque has llegado hasta aquí.
Nadie puede arreglarte la vida más que tú.
Vive felíz de tus logros, que son muchos.
Disfruta de lo que tienes delante.
Enorgullécete de cómo eres.
Merece la pena. Mereces la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario