sábado, 9 de abril de 2011

MI NEURONA BUSCA PAREJA

   Tengo una neurona vestida de azul, con su camisita y su canesú.
   La saqué a paseo, se me constipó, la tengo en la cama con mucho dolor...

   ¡Pues sí! Va a ser verdad que tengo una sola neurona... Ahora, eso sí: ¡la mar de lista! ¡que la tengo muy entrenada!
   Todo el día de acá para allá, de un hemisferio al otro dale que te pego. ¡La pobrecita ya no sabe ni donde tiene la sinapsis!
   De esto se desprendería que está fuerte como un toro, pero no, nada más lejos de la realidad, mi pobre y solitaria célula tiene las dendritas que le temblequean de tanto "entreno", así que no me extraña, que de tanto en tanto, me haga huelga de dendritas caídas y a mí se me vaya el santo al cielo de cuando en cuando.
   Repasar su jornada es realmente agotador, pero lo intentaré:
   Al levantarme por la mañana, está descansada y fresca como una lechuga. Además, la meto algo de azúcar, que sé que la gusta ( ... ¡es algo viciosilla!...) y de paso la meto la dosis diaria de cafeína, para doparla, claro. (Ya sé que no es muy ético dopar a los deportistas, pero es que a la pobrecita le queda por delante mucho trajín).
   Pasamos la mañana bastante bien, una junto a la otra. Y es que nos conocemos de toda la vida y con el tiempo nos hemos ido acostumbrando a nuestras manías. Ella sabe que yo soy persona de día, y comprende que es a estas horas cuando más la voy a exigir en cuanto a pensamientos razonados, coordinación de tareas, solución de problemas, toma de decisiones importantes, en fin, esas cosas de las que mi amada neurona está tan orgullosa de atender.
   Pero claro, las horas pasan y ha llegado el momento de la salida del cole. ¡Ya media hora antes, la pobrecita se empieza a aturullar! (preferiría resolver una complicada ecuación matemática que enfrentarse a lo se le avecina).
   Como una loca empieza saltar de un lado para otro, de un tema a otro. Lo mismo pasa por el cerebelo, que por el bulbo raquideo, del hipotálamo a la hipófisis, del cuerpo calloso a la corteza cerebral. Atiende lo mismo tareas intelectuales que afectivas; activa todo tipo de memoria, los sentidos al máximo nivel de alerta, igual recurre a la imaginación como a la toma de decisiones inverosímiles.
   Luego me la llevo al gimnasio. Aunque a veces, me da tanta pena verla en ese estado, que pienso en dejarla a descansar en casa, pero claro, es que allí me hace mucha falta.
    Mientras, yo salto y boto, ajena a todo el intríngulis que se ha montado ella solita con tanta sinapsis. (¡Claro que no la digo aquello de que te salían granos haciendo esas cosas! ¡Es muy triste la soledad!)
   ¡La exijo demasiado!¿Cómo puedo pedirla que a estas alturas del día sepa cuál es mi mano derecha y cuál es la izquierda; que me mantenga en equilibrio, que de vueltas hacia un lado y otro sin marearme; que memorice los pasos, que lleve el ritmo, que escuche y que si puede incluso traduzca las letras (¡vamos, que ni que fuera un traductor simultáneo!).
   La dices: ¡no dobles la cabeza!, ¡los codos pegados al cuerpo!, ¡no te muevas, ni parpadees!, ¡aprieta el abdomen!, ¡que subas pero bajes poco!, ¡que te cubras!, ¡y encima que respires, por si fuera poco todo lo de antes!
   Como premio a su esfuerzo, a última hora de la noche, la doy unos minutos de relax y medito. Es entonces cuando aparece ante mi con las vesículas sinápticas desorbitadas y me da un ultimatum: ¡No lo soporta más, necesita un compañero con el que establecer sinapsis satisfactorias!
   Creo que se lo debo, en agradecimiento a su dedicación en exclusividad durante tanto años. Así que cuelgo el siguiente anuncio:
"Mi neurona busca pareja. A poder ser con apartamento amueblado y a ser posible en novena planta".

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