domingo, 4 de noviembre de 2012

La chica Ipanema

   Es domingo y no he madrugado. Desayuno un café con leche con churros. Estaban un poco correosos por la humedad ambiente, pero no ha sido suficiente para evitar comerme hasta la última miguita pringosilla de aceite.
   Dudaba entre continuar el sudoku gigante o sumergirme entre la prensa dominical. La balanza se ha inclinado hacia esto último, y he acudido fiel a las columnas que sé que no me defraudarían. Y así ha sido. he pasado la página y los ojos se han detenido en una entrevista a María de Medeiros. De ella me atren sus ojos, su cara, su voz, su pose. La conocerán, seguro, por Pulp Fiction. (Musiquilla que llevo como tono de mi teléfono, y que no pienso cambiar por mucho que les parezca hortera. ¡Tampoco el "toing" des WSP)
   La entrevista engancha. Es corta, y la actriz daría para mucho más. Pero en fin, algo es algo.
   "Pretendí celebrar la belleza que pasa. Un poco como la chica de Ipanema, pero al revés. Una mujer que ve a un hombre joven y lo alaba" -Contesta la también cantante y compositora.
    Según oigo el título de la canción viene a mi el recuerdo una pareja de hace ya suficientes años, como para que aparezcan  en un sueño lejano, jóvenes, modernos; él periodista, ella ginecóloga, bella e hiperactiva. Los dos muy "cool", cosmopolitas, cultos, viajeros, coleccionistas de amistades, novedades, y actividades. Compartían su vida de solteros en una buhardilla preciosamente decorada con gusto exquisito, cerca de la plaza de toros de Las Ventas. Entraba la novia en el salón donde se celebraba su boda, al ritmo lento y cadencioso de esta preciosa canción. El la esperaba embelesado, ceñía su cintura y bailaba con ella una larga versión instrumental.
   Con esa romántica canción me voy a la ducha. Abro los grifos. Dejo que corra el agua hasta que salga caliente. El vaho lo inunda todo. Suena el líquido cayendo sobre la cerámica como un rio caudaloso. Entro lentamente. Fuera, en la calle, está lloviendo. Pero en este mundo cerrado, recubierto de marmol poroso, sudoroso, y cálido, es verano. El eterno verano de la chica de Ipanema. Una cascada caliente recorre mi espalda, cae por la cabeza, se escurre por mi cara. El tiempo se hace perezoso como cercano al ecuador. Pesa la humedad como en el trópico. Los pies juegan con el agua como si se tratase de las olas que llegan a la orilla del mar. La luz incandescente se torna atardecer e ilumina las huellas brillantes que dejan los pies al hundirse en la arena. La piel tostada y caliente, el ritmo pausado, ondulante y arrastrado, me lleva bajo las palmeras. La playa se alarga, el horizonte se aleja despacio.
   Se acaba la canción. Cierro los grifos. Me visto. Salgo a la calle. Es otoño. No hace frio. Brillan los adoquines por la lluvia. El musgo se dibuja verde intenso sobre las lineas que los separan. los charcos reflejan las nubes grises.
   "Tardor", ¡qué bonita palabra para el otoño!
   Ha sido un corto y cálido paréntesis entre el tardor.



  
  

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