miércoles, 29 de septiembre de 2010
Mi niño guerrero
Érase una vez un niño guerrero, un niño puro, disciplinado y creativo; con ojos oscuros, limpios y transparentes. Un niño lleno de bondad y sabiduría, que se arriesgó y luchó por lo menos tres veces, y salió herido, herido de muerte, herido hasta lo más profundo.
Trabajó y trabajó hasta casi curarse las heridas y dejarlas bajo un pesado muro de piedra, para que su intenso dolor no le impidiera seguir. Y lo logró. Supo rehacerse y volvió a caminar cada día hacia delante. Tuvo amigos que le quisieron, le salvaron y le ayudaron muchas veces.
Pero la vida real le volvió a llamar a la puerta, y en un acto de alegre inconsciencia y gozo, la dejó mínimamente abierta. El niño asomó con dureza en la mirada, pero lo hizo de frente, y le tendió la mano. Sintió cómo se colaba algo que conocía muy bien, y sintió tanto placer y tanto dolor, que se asustó de si mismo y la volvió a cerrar.
La vida no supo entenderle en un principio, no supo ver su dolor, ni comprender su ritmo. La vida, egoista, en su intenso y rápido fluir, sólo sabía que por fin había encontrado el refugio buscado.
Pero esta vida no tenía dobleces, ni atractivos misterios, era sencilla, con luz, con serenidad y bondad. La vida le sonreía, le amaba y le esperaba. Porque no se puede estar muerto en vida.
Porque los niños corren y caen. Crecen y viven.
Porque la vida está aquí y ahora. Vívela.
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Que linda historia, vaya que la vida no es color rosa y que solo tenemos una para vivirla.
ResponderEliminarSaludos.
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