miércoles, 18 de julio de 2012

Mar

   Viernes. Julio. Dos mil doce.
   Siento la arena bajo mis pies. Cosquillean los granos mis plantas. Se hunden a cada paso en el suelo natural que se moldea con mi arco.
  Voy poco a poco. No hace falta correr. Seguirá allí siempre esperándome. Para cuando lo quiera mirar.
   Y ahora lo tengo delante, frente a mis ojos.
   Como cada año, tras esta. seguirán otras muchas veces, pero ninguna es tán especial como la primera. No se vuelve a repetir. Muchas serán las ocasiones en las que entraré en sus aguas, pero ya se volverán cotidianas.
   Es el primer baño en mi querido y anhelado mar Mediterráneo, eterno como su oleaje. Es una inmersión consciente, pausada, sintiendo que cada poro de mi piel se llena de agua salada. Me limpia. Me retrotrae a mi infancia y juventud. Es el mismo reflejo dorado de sus ondas el que me aupa hasta alcanzar los sueños y los cuentos que me susurraba a mi oido de niña. Son esos ruidos tan tenues y cercanos los que hablan con mi memoria y con el mundo.
   Son estas sagradas aguas, dueñas de dioses griegos y romanos, que bañaron a emperadores, heroes, y guerreros, las que hoy lamen mis superficies. Que inspiraron a poetas, filósofos, pintores, escultores, las que llegan a las costas de mi cuerpo, para recostarse y recrearse en el.
   En una nube de espuma floto. Pertenenzco a esa sustancia organica que me envuelve.
   Voy a nadar. Horizontal a la orilla. Como me enseñaron. En agua que fluye, que no se estanca, que tiene ritmo y fuerza. Sintiendo como luchan todos tus músculos contra algo tran grande y vital, y observar que cada movimiento tiene su utilidad, que aumenta su eficacia dependiendo de como lo uses, que tus brazos y tus piernas, tu abdomen, te sirven para avanzar.
   Atravesar el brillo de sus ondas con la punta de los dedos, hendir la superficie con precisión, hacer palanca con las palmas, empujar con ellas para seguir. Subir con cada brazada las montañas acuosas que llevan a paraisos prometidos.
   Me enloquece el mar picado, que no te deja tregua, que te empuja sin descanso con firmeza y suavidad, que te hace luchar, que te obliga a utilizar todo tu cuerpo. Puedes dejarte arrastrar por su fuerza o hacer una carrera amistosa contra la corriente. Consumes tu azucar en el, y generas oxígeno, que oxida.
    Te abandonas, apoyas la cabeza en las olas, y dejas que te acurruquen. No tiene sentido luchar, sólo dejarse llevar, fluir con el. Olvidarse de todo menos de su adormecedor canto. Se enredan la algas y me acarician pequeños peces.
   Son las crestas las que me elevan, y la espuma acaracolada la que me deposita en la orilla.
   Sopla el viento. Lo hace nor-noroeste. Practican kitesurf. Sopla fuerte. Se eriza mi piel.
   Como dice David Foenkinos, "basta respirar para que el tiempo pase"





 

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