domingo, 3 de junio de 2012

Volvemos al Retiro

   Regreso otro año más a la Feria del Libro. Un ritual del que disfruto ahora con mis hijos.
   Vuelvo a mi barrio, a mi niñez, adolescencia y juventud. Con cada paso me retumba un recuerdo.
   Salimos de la estación de Atocha. Cruzamos el semáforo. Está nublado y hace bochorno. Mejor así. No nos quemaremos.
   Primer recuerdo:
   Piso el bordillo de la acera del Ministerio de Agricultura con sus tres magníficas esculturas en lo alto. Manifestaciones y más manifestaciones, y a mi padre protestando porque nos harían llegar tarde a comer, no encontraría aparcamiento, y no le daría tiempo a descansar. También me llegan las caminatas desde el colegio por la avenida Ciudad de Barcelona hasta la calle Atocha, bajo los árboles. Siempre pensando en mil historias, dejando volar la imaginación.
   Subimos por la Cuesta de Moyano, ahora peatonal y arreglada desde hace unos años. Bordeando uno de los lados del Jardín Botánico.
   Segundo recuerdo.
   Las casetas siguen igual que siempre. Grises. De madera. Pegadas unas a otras. Se asemejan a las casas del centro de Oporto, que parece que se vayan a caer si quitamos una.
   En cuanto empezaba el buen tiempo, teníamos dos o tres opciones para salir a jugar al aire libre. Una de ellas era a las puertas del Museo del Prado o alrededor de las fuentes de las cuatro estaciones, en los bancos semicirculares de piedra. Otra, era acercarnos a la terracita que había en el mismo paseo llegando a la plaza de La Cibeles. Allí nos esperaba mi abuelo, que salía de trabajar del Banco Central, en la calle de Alcalá, y nos invitaba a una horchata, sentados a una mesa de metal vestida con manteles color salmón, y atendidas por camareros de mediana edad, uniformados y con una servilleta en el antebrazo. La tercera opción era el Retiro.
   Entramos. Está lleno de gente. De todo tipo. Me gusta. Siempre me gusta. Subimos la cuesta hasta la fuente del Angel Caído. Sentados en el mismo kiosko al que solíamos ir mis hermanos y yo con mi madre, les conté la famosa historia.
   Tercer recuerdo:
   Eran horas y días de menos bullicio. Éste era mi jardín. En el vivía todas las aventuras inimaginables. Con la infinita libertad que daba saber que no corríamos ningún peligro, nos dejaban recorrer solos todos sus rincones. El mundo soñado que surgía de los cuentos que devoraba en mi habitación, se hacía realidad entre los tupidos arbustos, los altísimos árboles que llegaban hasta el inalcazable cielo azul, los puentes de madera que cruzaban ríos caudalosos e íban a parar a islas misteriosas llenas de tesoros, perdidas en los lejanos mares del sur, y rodeadas de espesas y tenebrosas junglas.
   Nunca es demasiado tarde para irse a dormir. El tiempo de los niños es dilatado, y se ensancha aún más y más en sus rincones intrincados fragantes y repletos de sonidos.
   Ya llegamos al Paseo de Coches, pero antes entro en La Rosaleda. No puedo evitar sumergir mi nariz en las rosas que intuyo que mejor huelen. No suelo equivocarme.
   Entramos en La Feria. Vamos directos. Caseta nº 176. Editorial Di-Buks. Nos está esperando el contador de historias. Sigue allí, como si no hubiera pasado un año. Comienza su relato. Aventuras, puertas mágicas, leyendas, elipsis, Las mil y una noches, alfombras voladoras. Mis hijos no parpadean. Sus bocas no han podido cerrarse. Tres libros infantiles. Para adultos nos recomiendan el nuevo comic de Christian Cailleaux (autor de "El impostor" que leí el año pasado), titulado" Masala Chai. Monólogo en hindi". Pero ya me había comprado uno de Fernando Iwasaki, "Helarte de amar", que no es una colección de cuentos eróticos, sino un hatajo de disparates sexuales. Un libro de ciencia-fricción, como dice en su contraportada.
   Regresamos a casa en tren. Mi hija no para de leer a voz en grito los chistes de su minilibro. Se ha centrado en el capítulo de chistes feministas: "¿Qué hace un hombre en la cama después de hacer el amor?. Estorbar". Los chicos de los asientos de enfrente se sonrien. No hay manera de hacerla callar.
   Gracias a Dios hemos llegado. Se abren las puertas. Bajamos.
   Se acabó el dia.


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